LIBROS

“EL ENCANTO DEL IMPOSIBLE”

Una reflexión por Susanne Beijnsberger

El Encanto del Imposible – El Quinteto de Filadelfia

 Es el título de una genial novela. Genial, pero por lo visto para un público reducido por el considerable esfuerzo mental que parece requerir. A pesar de referirse a un relato histórico milenario, el Ramayana, por otra parte machacado y exprimido hasta la saciedad por realizadores indios, Jorge Bas Vall lo ubica en la sociedad actual vistiéndolo de frescura y creatividad sin perder el respeto a los ancestros dotándolo de un final de esperanza del que el original carece.

Lástima ver cómo nuestra sociedad se va extinguiendo de una muerte lenta. Se muere por fallo multiorgánico: consumismo, mediocridad, egoísmo, prepotencia, vulgaridad, comodidad, ignorancia, vagancia, pereza, pasotismo, soberbia y falsa sabiduría.  Todo porque las medicinas como la creatividad, la curiosidad, la espiritualidad, la perseverancia y las exigencias del esfuerzo de aprender no le gustan. En general, todo lo que requiere un esfuerzo. Ya no quiere pensar, que se lo den todo hecho, que le hagan reír, que le entretengan, pero sobre todo, que no vengan con nada sublime, con nada que requiere imaginación, o trabajo de aprendizaje. Hemos llegado al punto de la exaltación de lo mediocre, sobre todo que nadie sea mejor que otro, y nos vamos perdiendo en un aburrido abismo de todo lo mismo, de nada interesante, nada nuevo. Nuestras juventudes no encuentran más alicientes, pierden el interés para ser mejor y distintas, y corren detrás de unos falsos líderes que les prometen dar sentido a sus miserables vidas, llámense gurús, o líderes espirituales de cualquier índole. Un suicidio como cualquier otro, únicamente diferenciado por una supuesta causa noble, que por otra parte asegura la aniquilación de lo poco que nos queda de valioso en nuestra mal llamada civilización.

Y ahí estás tú, mi querido escritor. Autor de una genialidad que escapa a la comprensión de una gran mayoría de mortales, porque ya no les enseñaron a pensar de un modo creativo, porque mataron la candidez de una mente que aprendió a no querer entender nada más que lo que le habían enseñado, y que, de otra parte, se limita a lo que conviene a la maquiavélica política de extinción de la especie como humanos. Ahí queda tu obra, en medio de una lamentable regresión. Huérfana porque ya no enseñaron lenguaje, más allá que los modernismos, lo prestado, lo copiado y lo imitado de los llamados “guay”. A muchos les suena todo a “chino”, porque ya no conocen el significado de las palabras, que con tanto esmero escogiste para plasmar un relato, amalgama de historia, progreso, pensamiento y diálogo inteligente. Teniendo al alcance de la mano a un clic de ratón todas las herramientas para encontrar cualquier argumento que inicialmente se escapa de la comprensión inmediata, prefieren seguir vagos e ignorantes, en lugar de querer enriquecerse con el arte, la filosofía y la ciencia, que yacen debajo de la superficie multicolor que has pintado. Pero requiere un esfuerzo mental considerable. Mucho más fácil decir que no se está para esto, que esto no se les ha enseñado, que no se quiere pensar, o simplemente con la excusa de no tener tiempo. Porque se necesita tiempo. Tiempo a restar de la tele, de la lectura fácil de bodrios de princesas del pueblo, de los cotilleos de los que viven de los demás y del marujeo en general. Nuestra sociedad se regocija en el mal ajeno, quiere divertirse, pero de un modo que la divierten, morboso, sin esfuerzo, colocarse delante de una prebiótica pantalla donde todo está masticado y pre-digerido, que la exime de investigar por cuenta propia, de tener ideas propias, y de prescindir de copiar lo que ve. No indagar en la propia existencia, no confrontarse con el sí mismo, no pensar, no pensar no pensar…

Pero yo te prefiero a ti, a tu genialidad, a tu continua exigencia de confrontación  con uno mismo, al examen perpetuo de la propia existencia, que al final, te das cuenta, no fue tan difícil cuando descubres que nuestra naturaleza es esta.  Sólo requiere aparcar lo inculcado, volver a los orígenes, valorar la propia existencia y disfrutar de la inmensa riqueza que nos brinda. Sólo así se puede observar esta regresión con indulgencia, como una película que no es la tuya, donde quizá quede una brizna que permita que esta especie vuelva a evolucionar y recuperarse.